Hola: hoy os comparto este artículo publicado recientemente en El País (13 de septiembre de 2013): «Cero en expresión oral» de Raquel Vidales. Leedlo, mañana lo discutiremos en clase.
El 7 de julio de 2005, el día después de que Londres fuera
elegida sede de los Juegos Olímpicos de 2012, la prensa
internacional solo hablaba de una cosa: la brillante presentación de la
candidatura británica, que culminó con un emocionante discurso del atleta Sebastian Coe
ovacionado por los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI). El día
que Coe ganó el oro, titulaba el diario The Guardian. “Poderoso”, “memorable”,
“de tono perfecto, con la pasión de un deportista y la exactitud de un
político”, escribían los cronistas. Algunos incluso aseguraban que fue ese
discurso el que dio la victoria final a la capital inglesa sobre París,
teniendo en cuenta que esta partía como favorita y que Londres había estado a
punto de retirarse unos meses antes por su mala imagen. Madrid, en aquella
ocasión, quedó eliminada en la tercera votación, tras Moscú y Nueva York.
Hace justo una semana, Madrid volvió a presentarse ante
los miembros del COI con la esperanza de organizar los Juegos de 2020. Y, al
día siguiente, la prensa y las redes sociales solo hablaban de una cosa: la
deslucida presentación de la candidatura, especialmente la
intervención en inglés de la alcaldesa Ana Botella. Los analistas
han atribuido esta nueva derrota de Madrid a otros factores, como la economía y
el dopaje, pero algunas preguntas han quedado en el aire. ¿Cuánto contribuyó la
fallida presentación final a que Madrid no pasara ni siquiera a la segunda
votación? ¿Tienen los españoles menos habilidades que otros países para hablar
en público?
“No somos ni mejores ni peores. Pero tenemos un déficit
estructural, originado por la escasa importancia que da nuestro sistema
educativo a la oratoria o la dialéctica, que se refleja especialmente en
nuestros líderes políticos e institucionales”, opina Antoni Gutierrez-Rubí, asesor de
comunicación y consultor político. “Puede haber individuos con más
habilidad o carisma que otros, pero nadie nace con dotes de oratoria. Eso hay
que aprenderlo. Así como en Francia, Reino Unido, Alemania y EE UU, por
ejemplo, los exámenes orales son fundamentales, la tradición educativa española
nunca ha puesto el acento en las exposiciones habladas”, explica.
“Tampoco, hasta hace nada, se ha dado importancia al
inglés”, prosigue Gutiérrez-Rubí. “En consecuencia, nuestros líderes, que en su
mayoría rondan los 50 años, se han visto obligados a superar ese déficit a
marchas forzadas, con esfuerzo y muchas horas de entrenamiento. Y el que no lo
ha hecho, se le nota”, advierte. “No hay más que ver el nivel de los debates
electorales”, apunta.
Gutiérrez-Rubí insiste en que los españoles no son
más torpes que otros para hablar en público. “Al contrario, tenemos grandes
cualidades. Nos gusta hablar, nuestra cultura nos hace muy sociables y
empáticos. Pero la sociabilidad natural no te prepara para hacer una buena
exposición o debatir una idea. No se puede confiar en tener un momento genial,
hay que trabajárselo como se lo trabajan, por ejemplo, esos americanos que
ofrecen auténticos espectáculos con cualquier pequeña presentación que tengan
que hacer”.
El déficit educativo en expresión oral preocupa no solo
en el entorno político. También en el ámbito universitario. “Los alumnos llegan
con un nivel muy bajo porque no han hecho exámenes orales ni han practicado
nunca. La mayoría no saben exponer sus ideas y algunos ni siquiera podrían superar
una entrevista de trabajo”, asegura Adolfo Lucas, profesor de oratoria en
varias universidades y autor del libro El poder de la palabra.
Lucas es además director de la Sociedad de Debate de la Universidad
Abat Oliba CEU, que se puso en marcha en el curso 2008-2009 para
ayudar a los alumnos a mejorar sus habilidades en expresión, argumentación y
debate. “Cada vez hay más sociedades de este tipo en las universidades porque
cada vez hay más conciencia del problema. Pero como no es obligatorio
participar, solo se apuntan unos pocos interesados. Debería haber una
asignatura obligatoria, o al menos obligar a todos los alumnos a hacer
exposiciones orales a menudo”, comenta.
Solo hace nueve años que se creó el torneo de debate más
antiguo que existe en el ámbito universitario español, el del CEU, que cada año
congrega a los principales clubes de debate académicos del país. “Eso da idea
de lo retrasados que vamos”, lamenta Lucas. Y advierte: “Es tan importante
practicar para hablar en público como entrenarse en el debate. Porque puedes
hacer una buena presentación si te la preparas bien, pero de una comparecencia
con preguntas, como puede ser una rueda de prensa, no sales bien parado si no
practicas el debate”.
Practicar, practicar y practicar. Es el único truco que
ofrecen todos los asesores y expertos en comunicación oral. “El ser humano no
está preparado naturalmente para hablar en público. Es un hecho atípico,
traumático. Por eso surge el miedo. Pero si practicas y entrenas mucho, cuando
llegue el momento de enfrentarte a un auditorio la mente estará preparada para
reconocer esa situación. Recuerdas que ya lo has hecho antes y sabes que puedes
hacerlo. Quizá nunca te acostumbres del todo y siempre quede algo de miedo,
pero podrás afrontarlo sin bloquearte. Y con el tiempo incluso, como dicen los
actores, empiezas a disfrutar del contacto con el público”, explica Antonella
Broglia, organizadora de TEDxMadrid,
una jornada de conferencias que se celebra en Madrid a imagen de la que se
desarrolla desde hace años en California, con la participación de algunos de
los oradores y emprendedores más importantes del mundo.
En las conferencias TED, lo importante es la transmisión
de “ideas dignas de difundir”. Y las charlas no pueden sobrepasar los 18
minutos. “Hay que condensar al máximo. Son necesarios meses de entrenamiento”,
apunta Broglia. El proceso de selección de los participantes de la nueva
edición de TEDxMadrid, que se celebra este 28 de septiembre, empezó en abril.
“Lo primero que seleccionamos es la idea. No basta con ser buen hablador, hay
que tener algo que decir”, advierte Broglia. “Les pedimos que la expliquen en
medio folio y con eso empezamos a debatir, investigar, extraer los pros y los
contras. Y a partir de ahí, empezamos a desarrollar el discurso teniendo en
cuenta que el principio es vital: no se puede perder el tiempo, hay que
enganchar desde el primer minuto. Y después seguimos refinando y refinando
hasta que nos parece perfecto”, continúa. “La última fase es el ensayo. Ensayan
varias veces con nosotros, con público y, el día antes de la jornada, en el
propio escenario en el que tendrán que hablar”.
El objetivo último del proceso es, según Broglia,
transmitir verdad. Autenticidad. Adolfo Lucas coincide: “Que parezca natural,
algo que, en realidad, está trabajadísimo”. A ello contribuye también el
lenguaje no verbal: los gestos, las pausas, la mirada, la ropa. “El nivel
mínimo se alcanza rápido. Mis alumnos de oratoria consiguen resultados
espectaculares en un semestre. Luego para subir de nivel es necesario mucho más
tiempo”, reconoce el profesor.
¿Cualquier persona puede, con tiempo, conseguir ese nivel
alto? “Se puede llegar a tener un dominio profesional. Pero conseguir emocionar
a tu público no siempre es posible. Un ejemplo: la intervención
del príncipe Felipe ante el COI el sábado pasado. No solo fue
profesional, como siempre lo son los discursos de la Casa Real, sino también
emocionante. Primero, por su íntima implicación con el deporte y los Juegos
Olímpicos. Y segundo, porque estuvo conviviendo con la delegación y eso aumentó
su motivación”, explica Martínez-Rubí.
Autenticidad y pasión se requieren también, aunque
parezca que no, en el mundo de los negocios. “Para conseguir financiación hay
que seducir. Y solo se puede seducir si se transmite una implicación personal,
mostrar que uno se está arriesgando personalmente”, revela Hakan Ener, profesor
del proyecto Iniciativa Emprendedora de la escuela de
negocios IESE.
Ener, que enseña a emprendedores cómo exponer sus
proyectos ante inversores, ha notado en los últimos años un creciente interés
por aprender sus técnicas. “Los bancos no dan créditos y los emprendedores se
ven obligados a recurrir a fondos de capital riesgo o inversores privados. Pero
la mayoría no sabe cómo hacerlo porque piensan que con la idea basta”, dice.
“Pero la idea sola no basta. Hay que saber contarla. Y contarla rápido. Lo
primero que les pido a mis alumnos es, de hecho, que me lo cuenten en un
minuto, que es el tiempo que normalmente tiene un ejecutivo para escuchar sin
interrupciones. Si no le enganchas en ese minuto, estás perdido”.
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